La Plaza de España fue construida con un objetivo muy concreto, ser el Pabellón de España durante la Exposición Iberoamericana de 1929. Fue este un gran evento celebrado en Sevilla para hermanar y acercar política, comercial y socialmente los países de América con España y Portugal.
Para entender el contexto histórico que dio lugar a la creación de esta exposición hay que remontarse a las primeras décadas del siglo XX en Sevilla. Sevilla era la ciudad del país con la tasa de mortalidad más alta, debido a un deficiente abastecimiento de agua con un precario alcantarillado y una mala calidad de vida con viviendas construidas con materiales pobres. Sevilla, la ciudad más rica del mundo en el siglo XVI y XVII, había pasado a la miseria absoluta en apenas dos siglos. A la ciudad no había llegado la revolución industrial y todavía no se había producido el ensanche de las calles.
Se decide buscar solución con algo que sirviera como impulso para la mejora de la ciudad, y es a principios del siglo XX cuando se decide crear una exposición que solucionara dos problemas: las malas relaciones comerciales y políticas con hispanoamérica tras la independencia de estos países, y por otro la llegada de inversores y turismo para la ciudad.
¿Por qué una exposición? Ésto es debido a que en aquellos años había una moda mundial por las exposiciones internacionales como las de Londres o París (para la que se hizo la Torre Eiffel). Consistiría en invitar a todos los países iberoamericanos para volver a unirse y convertir la exposición en una especie de tratado de paz entre España y los países recientemente independizados.
Cada país tendría su pabellón representativo, también habría pabellones comerciales de las empresas e industrias que sufragaron buena parte de las obras necesarias para la muestra, y también pabellones regionales y provinciales. No solo se hacen decenas de pabellones, sino que con el gran impulso económico llegado gracias al apoyo de la corona e inversores privados se abren avenidas y se expande la ciudad duplicando su tamaño. Se trazan nuevos barrios y viviendas sociales, y se cede a la ciudad el Parque de María Luisa. Se trata este del parque más bello de la ciudad y que más historia desprende, junto con los jardines de los Reales Alcázares, y no solo eso, sino que fue el corazón de la Exposición Iberoamericana, siendo rodeado de los pabellones que pertenecieron a la muestra.
Pero este parque no se hizo para la exposición, sino que su historia va más allá. Nace como los jardines del palacio de los duques de Montpensier. Dicho palacio es el Palacio de San Telmo y los protagonistas son el Duque de Montpensier Antonio de Orleans y la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón, abuela de Juan Carlos I.
Los jardines en el XIX eran punto de encuentro y reunión de la alta sociedad de la ciudad. Servían para dar sus paseos, lucir sus trajes caros o flirtear sutilmente mientras daban sus paseos en caballo. En la segunda mitad del siglo XIX llegan a Sevilla los duques de Montpensier. Este matrimonio se aloja en la ciudad huyendo de la revolución de 1848 en Francia. En un primer momento toman el Alcázar como residencia, donde nace la hija del matrimonio, Isabel. Buscaban de todos modos un palacio propio y deciden comprar el Palacio de San Telmo, que en el siglo XVI había sido Universidad de Mareantes.
Los jardines del palacio se proyectaron a la moda de aquellos años, al estilo de jardín inglés, con aspecto natural y romántico. La arbolada se proyectaba para darle naturalidad. También había huertas de naranjos y senderos con bancos rústicos, se imitaron praderas, montes, cascadas, se hicieron albercas, invernaderos, un pequeño zoo de aves exóticas, esculturas romanas, quioscos e incluso elementos gimnásticos.
Estos jardines fueron abiertos en ocasiones especiales para que los sevillanos de a pie pudieran disfrutar alguna tarde de sus maravillas. El jardín ocupaba la zona desde el Palacio de San Telmo hasta la Avenida de Eritaña y desde la avenida de Isabel la Católica hasta el Paseo de las Delicias, ocupando más de 14 hectáreas.
Al morir el duque en 1890, la infanta decidió donar, tres años después, parte de los jardines a la ciudad para que se realizara un parque o jardín público. La infanta muere en 1897, entregando en su testamento el resto de terrero de los jardines que aún pertenecían a su familia.
Ya en los primeros años del siglo XX surge la idea de celebrar una exposición dedicada a Iberoamérica. Para ello el ayuntamiento cede los terrenos donados por la infanta.
De la remodelación de parque privado a parque público, que además albergara la exposición, se encargó el francés Forestier, con un resultado muy exitoso. La inauguración tuvo lugar el 18 de abril de 1914, coincidiendo con la Feria de Abril, donde el público quedó sorprendido con los cambios que potenciaban un jardín que ya era hermoso. Forestier no pudo asistir a la inauguración debido al estallido de la Primera Guerra Mundial.