En el año 1480, tres años antes de la total expulsión de los judíos, vivía en una casa ubicada en la hoy denominada Calle Susona un hombre llamado Diego Ben Suzón, con su hija Susona Ben Suzón; ambos, de religión judía. Diego era un hombre de gran influencia entre los judíos; y su hija, una joven muy hermosa cuya belleza la hizo famosa entre los hombres de la ciudad bajo el apodo de Fermosa Susona.
La joven estaba enamorada de un caballero cristiano. Como se puede imaginar, las relaciones entre judíos y cristianos estaban totalmente rotas. No obstante, ambos tenían un romance secreto, y todas las noches salían de sus casas para encontrarse en la zona del Arenal.
Una de estas noches, se disponía Susona a salir para encontrarse con su amado, cuando de repente oyó mucho ruido en el salón de su casa: gritos, peleas, discusiones… Así que, acercándose, oyó cómo su padre y otras personas de influencia del barrio estaban planeando un levantamiento contra los cristianos, en venganza por todos los ataques que venían recibiendo.
Susona, al oír todo esto, pensó que su amado sería uno de los primeros en morir si se libraba una batalla, pues era un caballero del ejército; así que salió corriendo hacia el Arenal y le contó todo lo que había oído en su casa, pidiéndole que esa misma noche ambos se marchasen de allí e iniciasen juntos una vida nueva en otro lugar.
El caballero aceptó, pero le dijo que antes le gustaría ir a su casa a despedirse y a avisar a sus familiares, para que tampoco ellos corriesen aquella suerte. Susona aceptó, pues había actuado por amor. Sin embargo, tal vez el caballero no estaba tan enamorado porque, al volver a la ciudad, no solo avisó a su familia, sino también al resto del ejército cristiano. Aquella misma noche, los cristianos vinieron hasta la judería y apresaron al padre de Susona y a todos los demás que estaban conspirando contra ellos. A la mañana siguiente todos fueron ejecutados delante de su pueblo para que tomasen consciencia de que aquel que intentara levantarse en contra de los cristianos, acabaría pagándolo caro.
Susona entonces se sintió muy desdichada, pues no solo había traicionado a su padre, sino también a su pueblo y a su religión. Ante la pérdida de toda su familia, y el repudio de su amante, Susona pidió ayuda en la Catedral, donde fue bautizada y absuelta de sus faltas, y donde también se le recomienda que se retire a un convento para tranquilizar su alma. Años más tarde, regresó a su casa donde llevó una vida cristiana y ejemplar el resto de sus días.
A su muerte, se abrió su testamento y encontraron una nota en la que expresaba que, para servir como ejemplo a todas aquellas jóvenes que a veces pierden la cabeza por amor, deseaba que su propia cabeza fuese separada del cuerpo tras su muerte, y fuese colocada en la puerta de su casa y allí quedase por siempre jamás.
Se respetó su voluntad y, tras su muerte y durante más de un siglo, permaneció la cabeza en dicho lugar; hoy sustituida por un azulejo conmemorativo.